Creo firmemente que vivir es un itinerario hacia uno mismo, hacia la persona que nacimos para ser. En este blog se habla sobre literatura y se recrean encuentros con personas que me ayudaron a ser el camino que soy y que viven otra existencia aparte aquí conmigo, como talismanes contra el desamparo. Algunas de ellas son conocidas; otras, apenas siluetas tras la cortina de humo del tiempo; las menos, figuras que pueblan la realidad de mi imaginación; todas fundamentales.

sábado, 24 de octubre de 2015

¿Y qué pasa si alguien se llama Apeco?



El conferencista habla en un inglés lento. Más que pronunciarlas, pareciera que va dejando caer una a una las palabras para comprobar la contundencia de su peso. «Cada época fija rumbo a la creación artística; de muchos modos, prefigura el trabajo de los creadores», afirma y nos mira tan sin apremio, que podría sospechársele interesado en contar cuántas personas formamos el no muy nutrido auditorio. De todas maneras, en tanto él no es Clark Kent ni yo soy transparente, queda sin enterarse de cómo sus palabras han hecho que la figura de Apeco se asome a mis recuerdos.

Entre los años sesenta y ochenta del siglo pasado, mientras Wifredo García y el resto de la vanguardia fotográfica en la República Dominicana se valían del fotoclubismo y la acción docente para encarrilar la adultez de la fotografía moderna en ese territorio, Apeco fue un fotógrafo solitario y autodidacta que escribía y actuaba extraños monólogos, al tiempo que se ganaba la vida retratando eventos familiares y sociales, algo no muy bien visto por muchos de los que entonces protagonizaban una cruzada en el país para lograr que la fotografía fuera definitivamente reconocida como un género de las artes visuales.

Más aún. Cuando lo usual era que los grupos fotográficos organizaran continuas excursiones campestres con la esperanza de encontrar en el paisaje rural la “verdadera y más auténtica” imagen nacional, Apeco prefería los espacios urbanos, cuanto más solitarios y fragmentados mejor; retrataba personajes inmersos en contextos de gran espesor patrimonial –el carnaval, los velorios, las fiestas populares, los locos callejeros–; y adelantaba una experimentación que ponía en jaque el perfeccionismo técnico de la época. «Claro –dice Apeco alzando muchísimo las cejas dentro de mi recuerdo–, la fotografía es un poco de técnica y mucho de inspiración».1

Por supuesto que el conferencista no puede escucharlo, en parte por las razones apuntadas más arriba y en parte porque está ocupado diciendo: «Si Picasso no hubiera existido, alguien hubiera aportado las soluciones estéticas que él aportó». Y para el momento en que la palabra aportó es pronunciada, ya Apeco desanda en mi memoria por Santiago de los Caballeros, se detiene a cambiar bromas con un paletero apostado en la esquina de San Luis y la calle El Sol, contempla con sobreactuada admiración a una criolla que pasa explayando al viento sus monumentales volúmenes.

Viéndolo otra vez así, se entiende el aura de personaje extravagante que le endosó la sociedad santiaguense, algo que Apeco se tomaba como un cumplido. Solo sonreía y continuaba actuando aquellos monólogos llenos de metáforas que hoy se llamarían performances, o dando charlas en las que, cuando el público menos lo esperaba, sacaba una tijera y cortaba su corbata o desgarraba su camisa. Las miradas sin mucho calado no supieron ver más allá de esas salidas suyas. Incluso no pocos de sus colegas lo consideraron por bastante tiempo apenas un fotógrafo intuitivo y empeñoso, propietario de impulsos ingobernables que en ocasiones acertaban a plasmar alguna fotografía inquietante.

Apeco, mientras tanto, seguía sonriendo. Exploraba las posibilidades de lo que hoy se denomina narrativa fotográfica y elegía con toda conciencia un camino diferente de los grandes relatos colectivos que predominaron en gran parte de la fotografía dominicana tras la muerte de Rafael L. Trujillo, en 1961, para concentrarse en las historias individuales. Puede que a veces no lo pareciera, pero Apeco lo tuvo siempre muy claro: su trabajo no era captar la posible hermosura o la fuerza social de los espacios y las personas; su trabajo consistía en reinventarlos a través de una muy peculiar mirada fotográfica.

«Por mucho que el trabajo de algunos artistas a veces pretenda desafiar los límites de su tiempo, esos esfuerzos terminan siendo un reconocimiento tácito de tales límites», asegura el conferencista, y en mi memoria Apeco levanta la cabeza con un movimiento alerta, cualquiera pensaría que ha escuchado lo dicho por el charlista. Pero no, él siempre tuvo cosas más importantes de qué ocuparse. Pionero del autorretrato en la fotografía dominicana, buscó dar salida a sus ángeles y demonios internos en cada personaje, en cada edificio y calle solitaria, en cada árbol de ramaje enrevesado que fotografió, y gracias a esa sinceridad, consiguió apresar algunas de las más espléndidas y también de las más terribles intimidades de su sociedad sin rendir culto al “reflejo social en el arte”, que era la nota característica por entonces. Es más, si lo apuramos un poco, estoy seguro de que repetiría ahora mismo: «Ante todo está el compromiso conmigo mismo».

Pues, sacando provecho de que el charlista concluye y el protocolo indica preguntar si hay preguntas, levanto la mano. Tras recibir el gesto aprobatorio correspondiente, empiezo: «En Santiago de los Caballeros hubo un fotógrafo nombrado Natalio Puras Penzo, a quien todos llamaban Apeco…», pero el conferencista me interrumpe: «Are you kidding me? ¿¡Apico!?», y suelta una incrédula carcajada. Yo también río; no porque su alegría sea contagiosa, claro, sino porque dentro de mi cabeza Apeco, ese fotógrafo provinciano que anduvo dos pasos por delante de su tiempo y propuso una obra capaz de dialogar con nuestra contemporaneidad ahíta de posts, casi postrera, me hace un guiño cómplice y redondea con sus labios una O burlesca.

1 Las opiniones de Apeco que aquí cito han sido tomadas de entrevistas que le fueron realizadas a lo largo de su carrera. Con esas entrevistas preparé en 2012 un texto único, una suerte de credo fotográfico de Apeco que, si desea, puede leer haciendo clic sobre el título: “Ese fotógrafo que soy”.

Imágenes:

Autorretrato, Apeco se asume cámara fotográfica, c. 2006.

Autorretrato del 78, 1978.

Pareja en el camino, 1964.

Diseño para multiplicar risitas lúdicas 1, 1985.

Burro en el Gran Teatro del Cibao, 1995.


Para ver las más importantes obras de Natalio Puras Penzo (Apeco), solo tiene que hacer clic en el título de la exposición La insólita mirada irónica de Apeco, que fuera exhibida primero en la Pinacoteca de São Paulo (2013) y luego en el Centro Cultural Eduardo León Jimenes (2015). Si desea ver toda la obra de Apeco, solo haga clic en el Fondo de Fotografía Dominicana Natalio Puras Penzo (Apeco), que atesora el Centro León.

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Mesa: "El cuento, vivito y coleando", 21 de noviembre de 2015, a las 12:30 p.m., room 3314 de la Feria Internacional del Libro de Miami. Allí estaré presentando mi libro de cuentos El arma secreta. Están invitados.