Creo firmemente que vivir es un itinerario hacia uno mismo, hacia la persona que nacimos para ser. En este blog se habla sobre literatura y se recrean encuentros con personas que me ayudaron a ser el camino que soy y que viven otra existencia aparte aquí conmigo, como talismanes contra el desamparo. Algunas de ellas son conocidas; otras, apenas siluetas tras la cortina de humo del tiempo; las menos, figuras que pueblan la realidad de mi imaginación; todas fundamentales.

viernes, 14 de marzo de 2014

Cuba, literatura y exilio: Estertores de la condición paradójica

(Tomado de El Exégeta)


En diciembre de 2013, Armando Yero La O, periodista de CMKX Radio Bayamo, en Cuba, envió un cuestionario al también escritor bayamés José M. Fernández Pequeño acerca de la literatura cubana escrita por emigrantes y sus posibilidades reales para alcanzar al lector de la Isla. La entrevista fue colgada en Sol Bayamo, blog que realiza el entrevistador, donde apenas permaneció on line trece horas, exactamente el transcurso de una noche. En atención al espacio, El Exégeta reproduce ahora las preguntas fundamentales de la entrevista, cuyas respuestas han sido aligeradas además de datos, nombres y explicaciones innecesarias para un lector radicado fuera de Cuba. El texto, en sí mismo, puede ser leído como una paradoja pues la argumentación que desarrolla termina por explicar la naturaleza de una orden de censura que aún no había sido emitida en el momento en que las preguntas estaban siendo respondidas (Ena Columbié).

Yero La O: ¿Qué opinas acerca del acceso del lector de la Isla a la obra de escritores cubanos que están escribiendo en el exterior?

Fernández Pequeño: Ese grifo, si acaso, gotea. En un país sin editoriales ni distribuidoras independientes y con un acceso a Internet tan escaso como selectivo, para el lector cubano casi todo se reduce a los libros impresos sobre papel por editoriales estatales que, mayormente, permanecen de espaldas a los fundamentales procesos creadores que los escritores cubanos han desarrollado durante décadas en buena parte del mundo. Son procesos de una gran complejidad e importancia para la cultura cubana, que no pueden ser abarcados con la publicación de algún libro escrito por un autor clásico, exiliado y ya fallecido; o de unos pocos escritores vivos y emigrados, con preeminencia para quienes mantienen una postura no muy crítica hacia el acontecer político-social de la Isla; o dando cabida en las revistas a ciertas firmas pertenecientes a la llamada diáspora cubana.

Esa es una situación en la que todo el mundo pierde, pero donde nadie sale tan lastimado como el lector y las instituciones culturales del Estado cubano, cuyos premios nacionales y demás gestos promocionales trazan un mapa incompleto, mientras actúan como si así no fuera, como si ese cuerpo al que le falta un ojo, una oreja, media boca, un brazo, una pierna y medio ombligo fuera realmente la literatura cubana. No puede ser de otro modo. El objetivo de la política cultural cubana en ese terreno sigue enfocado en administrar los gustos y deseos de los lectores. Y claro, las instituciones oficiales saben que la decisión de cambiar aunque sea un milímetro de esa política cultural tiene que venir “de arriba” pues cualquier atrevimiento excesivo terminaría poniéndolas “fuera de juego”. Cierto es que algunas lo intentan, pero medrando de concesión en concesión, regateando un poquito de coraje de vez en cuando no puede irse muy lejos.

Dejemos algo bien claro. Aunque hay escritores cubanos regados por casi toda la vasta extensión del planeta, el problema a que nos referimos no es tanto de dispersión como de exclusión. Cuanto llevo dicho hasta aquí afecta también y con más razón aúna no pocos escritores residentes en Cuba que han asumido una postura crítica ante el Gobierno de la Isla, con lo que han ido a parar en el inxilio. Es decir, el centro del asunto sigue estando en el maleficio de la cultura dirigida desde estrictos, implacables y bipolares criterios políticos para los cuales nación, patria, cultura y gobierno se funden en un único concepto despojado de matices y que, por tanto, deja muy raquíticos espacios para el disenso.

En fin, salvo excepciones, si un lector residente en Cuba quiere leer el libro de un escritor cubano radicado dentro o fuera cuya perspectiva resulta incómoda para el Gobierno de la Isla, tiene que atenerse al mecanismo de circulación de mano en mano, como hacíamos tú y yo en los años sesenta con los discos de los Beatles camuflajeados en carátulas de la Orquesta Aragón. Pero y estoy seguro de que te das cuentahan pasado cincuenta largos años, estamos los dos a las puertas de la tercera edad, y al menos valía la pena que algo hubiera cambiado en el país que, con todo derecho, ambos consideramos nuestro.

Yero La O: ¿Cuál es tu opinión acerca de la literatura que hacen los escritores cubanos fuera de la Isla en otros idiomas? ¿Puede considerarse literatura cubana?

Fernández Pequeño: Absolutamente sí. La lengua es una herramienta cultural en la medida que se le observa desde la perspectiva de la comunicación pragmática, en la humana y compleja acción de crear sentidos e intercambiarlos. Su naturaleza cultural no radica solo en las palabras, estructuras y normas disponibles para que podamos usarlas, sino sobre todo en el uso que los hablantes hacen de estas a diario para resolver la tarea de vivir en sociedad… en cualquier sociedad. Convertir la lengua en un fetiche o un símbolo por el estilo de la bandera, el himno, etc., ayuda poco a entender su real importancia. Digámoslo rápido: no importa qué lengua –si el inglés o el español– usaron Guillermo Cabrera Infante o Antonio Benítez Rojo para escribir algún que otro original, el resultado siempre fue todo lo cubano que ellos eran.

El asunto, además, no es nuevo para nosotros. Desde los albores de la nacionalidad, en el siglo xix, tuvimos autores emigrados que escribieron más de un texto en un idioma distinto del español e incluso se insertaron en otros medios intelectuales. Tanto es así, que en 1941 el intelectual dominicano Max Henríquez Ureña se dio a la tarea de estudiar a un grupo de autores cubanos que habían hecho del francés su lengua literaria Heredia, Andrés Poey, Augusto de Armas, etc.–, y tuvo la sagacidad de no desterrarlos. Tituló su ensayo Poetas cubanos de expresión francesa. Creo que hoy estamos obligados a una aún mayor flexibilidad de criterios pues en los últimos cincuenta años la cultura cubana se ha hecho transnacional y nada sería menos sano que atarla territorialmente a una única nación o someterla a un concepto de patria estrecho u obcecado.

Esa condición transnacional no es una excepción cubana. Prácticamente todas las sociedades caribeñas enfrentan la compleja tarea de cómo entenderse a través de procesos culturales protagonizados por sus nacionales en países y condiciones bien diferentes, sin pretender que alguno de estos sea el centro y el resto periferia. Se trata en todas partes de una lectura difícil, pero dudo que esa tarea sea en cualquier otro lugar tan ardua como en el caso cubano donde, a los tabúes, fetichismos e intolerancias típicas del nacionalismo a ultranza, se suma una perspectiva política que mira al emigrado con desconfianza, por decirlo amablemente.

En fin, tu pregunta es más que pertinente. Apunta hacia un pasado en que la cultura cubana jamás fue única ni monolítica, señala a un presente que muchos prefieren no ver y nos enfrenta a lo que sin dudas será un futuro marcado cada vez más por la diversidad.

Yero La O: ¿Cuáles crees que son las causas que impiden una mayor publicación de los escritores cubanos del exilio en la Isla?
Fernández Pequeño: Dícese que hay una razón financiera. Es cierto que los presupuestos para publicar literatura en las editoriales cubanas se han reducido al mínimo, como lo es también que cuando hubo recursos y se publicó cualquier cosa, desde El siglo de las luces hasta el último trino del último componedor de versos en el último taller literario del último caserío de la campiña cubana, tampoco apareció la voluntad de mirar hacia afuera, salvo las excepciones que mencioné al principio.

Dícese igualmente que muchos de los más divulgados autores cubanos residentes en el exterior no autorizarían la publicación de sus textos por parte de las editoriales estatales en la Isla. Y así es. Bien porque fueron perseguidos y obligados a abandonar el país donde nacieron, bien porque se niegan a participar en lo que entienden como una jugada de conveniencia para legitimar un sistema político aquejado de desgaste, bien porque una publicación de esa naturaleza afectaría sus intereses fuera de Cuba; por la razón que fuere, algunos no desean aparecer en los catálogos de las editoriales controladas por el Gobierno cubano. Si bien no comparto ese punto de vista, lo entiendo perfectamente y lo respeto porque, a fin de cuentas, cada quien tiene derecho a elegir con cuál editorial publica sus textos o no.

Lo inadmisible es usar esa negativa por parte de algunos escritores cubanos en el exilio como un pretexto para justificar la obstinación oficial cubana en vetar a autores debido a su posicionamiento político, estén estos dentro o fuera del país. ¿Hay voluntad de poner las obras de todos los escritores cubanos no importa cómo piensen o cuál sea su credo políticoa disposición del lector residente en la Isla? Pues muy fácil, que se autorice el establecimiento de editoriales o distribuidoras independientes y en capacidad de editar o hacer circular las ediciones ya existentes de esos autores. ¿No ha necesitado el Estado cubano volver desesperadamente a la opción privada? Del mismo modo que permite la existencia de una cafetería o una barbería en manos particulares, ¿por qué no hacerlo con una publicación periódica, una editorial o una distribuidora de publicaciones?

En fin, dícese que hay mucha intolerancia entre los intelectuales y las instituciones culturales cubanas de ambos lados; es decir, del país y del exilio. El criterio se me hace de una ingenuidad como mínimo sospechosa. Primero por lo obvio. Tras medio siglo de exclusiones, de a favor todo y en contra nada, de vigilancia y persecuciones por razones de pensamiento, no puede haber sino agresividad e intolerancia. Segundo, porque mixtifica el problema al plantearlo como un diferendo entre instituciones e intelectuales residentes en ambas orillas, cuando –como ya dije antes– las instituciones culturales en la Isla ni son autónomas ni tienen la potestad de tomar decisiones independientes en torno a quién publican, a quién promocionan o a quién invitan. Y tercero porque, bien definidos los verdaderos contendientes en la controversia, usted no puede comparar la intolerancia que ejerce un individuo o un grupo de la sociedad civil con la que se ejerce desde el poder, sobre todo si se trata de un poder absoluto.

Causas que obstaculicen un mayor acceso del lector en Cuba a la obra de los escritores en el exilio y/o inxilio puede haber varias; pero decisiva, una sola: la intolerancia ante lo diferente convertida en política de Estado. Y algo hay de paradójico en todo esto. Nadie ha trabajado con tanto ahínco para multiplicar la migración y, por ende, acentuar la condición transnacional de la cultura cubana como el actual Gobierno de la Isla. Tras medio siglo, esa masa migratoria está formada por millones de personas, constituye uno de los poquísimos sostenes firmes de la economía cubana y, sin embargo, no solo carece del más elemental derecho dentro de su país, menos aún se le dan las gracias, sino que además es vista como potencialmente peligrosa, cuando no decididamente enemiga. ¿No te parece una paradoja descomunal?

Foto: Ena Columbié.