Creo firmemente que vivir es un itinerario hacia uno mismo, hacia la persona que nacimos para ser. En este blog se habla sobre literatura y se recrean encuentros con personas que me ayudaron a ser el camino que soy y que viven otra existencia aparte aquí conmigo, como talismanes contra el desamparo. Algunas de ellas son conocidas; otras, apenas siluetas tras la cortina de humo del tiempo; las menos, figuras que pueblan la realidad de mi imaginación; todas fundamentales.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Bromelio

Primera estampa mongólica


Como felicitación porque 2013 termina y todavía estamos aquí para vivir su final, les dejo esta estampa mongólica, recuerdo de un tiempo que nunca fue pero que gozamos igual.

A Bromelio le decían Saco’etarro. Y la verdad, no sé por qué. Por mucho que lo vigilaba, nunca vi que tuviera tarros guardados en un saco. A veces, cuando el abuelo sacaba los dos taburetes para la acera, allá por las seis y media, y nos sentábamos a esperar que pasara el hombre de los helados empujando el carro y sonando las campanitas, yo me entretenía pensando si uno de esos días vería a Bromelio salir al frente de su casa con el saco y entonces nos enseñaría la maravilla de tarros que coleccionaba. Los habría grandes y bolos, chiquitos y puntiagudos, unos bien curvos y otros más rectos… a fin de cuentas, razonaba yo, por algo le dicen Saco’etarro a un tipo, no va a ser porque sí y ya. Tanto vigilaba yo a Bromelio que un día me dijo «Oye, mongólico, ¿no tienes otro lugar para dónde mirar?» Aunque no puedo asegurar si me lo dijo porque lo estaba mirando a él o a Nereida, su mujer. Ese, cuando Nereida estaba presente, era el único momento en que yo no podía vigilar bien a Bromelio. No era que no quisiera, estemos claros, es que era imposible separar los ojos del fondillo de Nereida, grande y levantado como las lomas de la Sierra Maestra. Solo que el fondillo de Nereida estaba ahí delante y las lomas de la Sierra se veían lejísimo y opacas por las brumas. Pero no nos desviemos del tema. El día que Bromelio entró en la casa de Pablito-rompe-puertas y le cortó la cabeza con un machete, se formó el acabose en el barrio y yo pude asomarme cuando la policía registró su casa. Fueron amontonando todas sus cosas en el patio y, les juro, no había ningún saco de tarros. Esa noche comencé a pensar que quizás los tenía en otro lugar, vaya usted a ver si Bromelio no los llevaba encima. Se me ocurrió pensar eso porque a la hora de la sopa papito dijo «Mira tú, si ese hombre era más manso que un buey». Y mamita contestó «Cuando yo lo digo, hay mujeres peores que las perras». Y entonces sí que no entendí nada. Que se supiera, Nereida no le había dado el machete a Bromelio para que matara a Pablito-rompe-puertas; es más, ni estaba en la casa cuando pasó esa desgracia que me dejaba sin saber dónde Bromelio escondía el saco de tarros. Nada, que el mundo es un lugar más bien incomprensible.

Foto: Karenia Guillarón. Tomada en el Museo de Cera de Bayamo.

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