Creo firmemente que vivir es un itinerario hacia uno mismo, hacia la persona que nacimos para ser. En este blog se habla sobre literatura y se recrean encuentros con personas que me ayudaron a ser el camino que soy y que viven otra existencia aparte aquí conmigo, como talismanes contra el desamparo. Algunas de ellas son conocidas; otras, apenas siluetas tras la cortina de humo del tiempo; las menos, figuras que pueblan la realidad de mi imaginación; todas fundamentales.

domingo, 1 de septiembre de 2013

El gatillo de María Luisa Milanés



El 9 de octubre de 1919 la poetisa cubana María Luisa Milanés (1893-1919) se disparó un balazo en su hogar de Bayamo. Murió tres días después en Santiago de Cuba, adonde fue trasladada de urgencia. Hoy sus restos descansan en el cementerio bayamés, bajo una áspera piedra, como pidió ella en el epitafio que usted puede leer al final de este texto. Al momento de morir tenía 26 años.

Fueron muchos quienes la ayudaron a tirar del gatillo que detuvo su juventud. Hija de Luis A.Milanés, Luisillo, que había terminado la guerra de 1895 con grados de general, encontró en su padre la más exacta representación de la moral machista y recalcitrante, para la cual las manifestaciones del espíritu eran debilidades inaceptables. Casó contra la voluntad de su familia con Ramón Fajardo Gamboa para vivir siete años de incomprensiones y sufrimientos. Notablemente inteligente y educada para una mujer cubana de su época, debió constreñirse al medio inculto y mostrenco en que se había convertido Bayamo tras los fulgores vividos a mediados del siglo XIX. De carácter fuerte y pensamiento propio, no podía sino ser víctima predilecta de los chismes y las comidillas pueblerinas. Miembro de una burguesía tan rica como pacata, tampoco le alcanzaron las fuerzas para romper con todo y usó la literatura como un medio de escape y de dolorosa expresión.

Tras morir María Luisa, sus papeles tuvieron un destino igual de desafortunado. Ella misma confiesa haber quemado mucho de su obra. Del resto, una parte quedó en manos de su padre, quien eliminó no pocas de las obras que, en su opinión de campesino-general-cacique político, podían ser atentatorias contra la “moral de la familia”. Juan Francisco Sariol, que dedicó a la poetisa un número de su revista Orto en 1920, cuenta en un texto espeluznante su reunión con los padres de María Luisa a fin de solicitarles textos para ese número monográfico. Luisillo sacaba un poema, lo leía y, si le parecía que no era conveniente, lo rompía. En caso de que Sariol hiciera algún instintivo gesto de protesta, el General tocaba el revólver que mantenía al alcance de su mano. Finalmente, otra pequeña parte de los papeles de la poetisa suicida quedó en manos de diversas personas más o menos cercanas a ella.

Antes de morir, María Luisa Milanés apenas había dado a conocer algunos versos en publicaciones periódicas, oculta tras el seudónimo Liana de Lux. Esto, más lo publicado por Sariol, dejaba poco margen a la valoración literaria, así que comentaristas con diversos grados de imaginación y sensibilidad fueron modelando durante décadas y también con fortuna disparejaimágenes en torno a su figura que, o bien cargan la tinta sobre el melodrama, o bien responden al discurso populista y sociologizante del sistema político que gobierna en Cuba desde 1959. Ha sido vista como la suicida ardorosa y romántica cuyo final permite comparación con otras escritoras latinoamericanas sufrientes y suicidas AlfonsinaStorni, et. al.; como pionera del feminismo en la isla, a partir de su inconclusa “Autobiografía”, considerada por varios el primer manifiesto de esa corriente ideológica en el país; como una metáfora de la sociedad decadente en que le tocó vivir; como un alma desajustada y rebelde; incluso en el peor de los casos–, como una luchadora social que llegó a expresar “el sentir popular”.

Lo cierto es que María Luisa Milanés fue una escritora dolorosa, impulsiva y aislada, que apenas se reunía para hablar de literatura con un pequeñísimo grupo de allegados, ninguno de ellos intelectuales de relevancia en el oriente cubano, a excepción de Sariol. Que se sepa, no participó en acciones culturales o sociales de algún rango ni perteneció a grupos o tendencias, lo que resulta aún más notable porque su etapa más fecunda entre 1910 y 1919 coincide con la instauración de la revolución neo-modernista en Cuba, que tuvo su centro en la provincia de Oriente, y cuyos núcleos fundamentales se reconocían en Guantánamo, Santiago de Cuba y Manzanillo, es decir, en un entorno próximo a la poetisa bayamesa. Si hemos de reconocer la intensidad con que María Luisa se entregó a la creación literaria, también es importante dejar por sentado que nunca realizó labor propiamente intelectual; si hemos de reconocer la lucidez de su pensamiento sobre la situación de la mujer en la época, también debemos dejar claro que ese pensamiento no cuajó nunca en activismo.

La poesía de María Luisa Milanés es todo lo desigual e impulsiva que cabe esperar en quien vivió apenas 26 años atrapada por un medio y una circunstancia como las suyas. Tras décadas de infatigable labor, el escritor e investigador cubano AlbertoRocasolano ha logrado reunir la producción de la poetisa en un volumen apreciable donde aparece lo recogido por Sariol, otros textos que quedaron dispersos aquí y allá, más una buena cantidad de obras encontradas en el archivo de Max Henríquez Ureña, el intelectual dominicano al que tanto debe la cultura literaria cubana. Lo deseable es que Cuando la muerte deja de ser silencio (2011), el volumen compilado por Rocasolano, estimule la valoración del trabajo creador de María Luisa Milanés a partir de criterios diversos, pero también objetivos y fundamentados.

Sesenta y tres años después del suicidio de la poetisa bayamesa, en 1982, logramos entrevistar a quien fuera su esposo y la persona que estuvo más cerca de ella en el momento de apretar el gatillo, Ramón Fajardo Gamboa. Fue una entrevista difícil. Aunque lúcido, tenía más de noventa años y conocía muy bien los juicios nada halagüeños para élque el paso del tiempo había consagrado en torno al final de la poetisa. Fajardo nunca había querido hablar al respecto y, si esa entrevista se produjo, fue por la insistencia de su nieto, el investigador y periodista Ramón Fajardo Estrada, en compañía del cual por aquellos años había planeado yo desarrollar una investigación sobre María Luisa Milanés que el tiempo pospuso, al parecer indefinidamente. Lo que sigue es un fragmento de aquella entrevista, que ha permanecido inédita hasta el día de hoy.

¿Cómo era María Luisa? ¿Cómo la recuerda usted?

Ramón Fajardo Gamboa: Era una mujer muy preparada y un carácter aparentemente apacible, aunque enérgico. Tenía la misma voluntad del padre, exclusiva, única, fuerte, pero al mismo tiempo era muy educada y complaciente. Siempre estaba escribiendo en unas libretas. Ella solía reunirse con Joaquín Leocadio Vélez, el Dr. Enrique Fernández Pérez, América Betancourt y Gloria de la Encarnación Borges. Lo hacían todos los días en el comedor de la casa, que daba a la calle a través de una ventana. Además de escribir, a María Luisa le gustaba mucho la repostería. Tenía un libro de cocina con todas sus recetas. Y otra cosa que le encantaba era hacer flores. Eran su delirio. Nunca trabajó fuera de su casa.

María Luisa era una mujer de ideas avanzadas para su tiempo. ¿Le creó eso problemas con la sociedad bayamesa?

R.F.G.: No, nunca. Era muy católica. Bueno, fue educada en colegio de monjas.

Cuéntenos lo que ocurrió el día de su suicidio…

R.F.G.: La situación entre María Luisa y yo se había puesto muy tirante y acordamos divorciarnos. Ella quería irse al extranjero y yo me opuse. Le dije que le concedía el divorcio con la condición de que regresara a la casa de su padre. Y, desde ahí, que cogiera el rumbo que quisiera. Entonces ella le escribió una carta a su padre pidiéndole reingresar a su casa. Esa carta yo la rompí o la boté en algún momento. Luisillo contestó que, efectivamente, en todo momento la suya era también la casa de María Luisa y ella podía volver cuando quisiera, pero que jamás volvería a tener el cariño y el amor de su padre. María Luisa era una mujer muy digna y tenía mucho carácter, así que decidió suicidarse porque se sintió desamparada, se le unió el cielo y la tierra. Así me lo decía en la carta que dejó escrita al momento de suicidarse. Decía: “Tomo esta determinación porque mi querido Kaiser ha dicho la última palabra”.

Ese día yo estaba trabajando en la oficina del censo y María Luisa me envió un papelito con una jamaiquina que teníamos de cocinera en la casa. Decía que cuando aquella nota llegara a mis manos, ya ella se habría suicidado porque no podía soportar la decisión de su padre. En eso llegó Joaquín Tristá, un cuñado mío, y le dije: “Mira, vamos, que yo conozco a María Luisa y sé que se suicida de verdad. Vamos a ver si llegamos a tiempo”. Pasaba un coche, lo paramos, nos montamos, y cuando llegamos a la casa, en el momento que ella sintió el ruido de mi llave en la cerradura de la puerta, se disparó. Fue una detonación terrible.

Se había disparado al pecho con un revólver que pertenecía a Baire Llópiz, hijo de Luisillo Milanés y por tanto hermano de María Luisa. Pero, como es natural en esos casos, el revólver varió. Era un treinta y ocho de cañón largo, así que el disparo descendió un poco y no dio en el corazón, sino más abajo. Ahí vino la hemorragia interior, la peritonitis… De eso murió. La trasladaron a Santiago de Cuba, solo que no recuerdo si fue en tren o en auto. En Santiago estuvo María Luisa grave como cuatro o cinco días, hasta que murió y se decidió enterrarla allá mismo pues de allá eran los familiares de doña María, su madre. Yo nunca los conocí de cerca. El único de ellos con el que tuve alguna amistad fue con el Dr. Francisco Chávez Milanés. Doña María fue para Santiago y allí vivió la agonía de su hija. Luisillo no compareció en nada. Con ese carácter rebelde de él… nada, nada, nada.


Foto: Karenia Guillarón


                   Epitafio

Quiero una piedra blanca y no pulida
Sobre la tierra que mis huesos cubra,
Sin cruz, que una muy grande arrastré en vida.
No quiero que ninguno se descubra
Al detenerse ante la tumba oscura
De quien murió de angustias y amargura.
Ni un nombre, ni una fecha, ni unas flores
Quiero sobre la piedra, ni oraciones,
Ni llantos ni recuerdos; mis amores
Que olviden, y también mis aflicciones,
Los que en la vida vieron en voltario
Giro mis pasos por la senda umbría…
¡Silencio y paz para la tumba mía!
¡Por lo menos allí ni un comentario!

María Luisa Milanés