Creo firmemente que vivir es un itinerario hacia uno mismo, hacia la persona que nacimos para ser. En este blog se habla sobre literatura y se recrean encuentros con personas que me ayudaron a ser el camino que soy y que viven otra existencia aparte aquí conmigo, como talismanes contra el desamparo. Algunas de ellas son conocidas; otras, apenas siluetas tras la cortina de humo del tiempo; las menos, figuras que pueblan la realidad de mi imaginación; todas fundamentales.

jueves, 11 de abril de 2013

Regino Boti y las ferocidades del tiempo


 
“Hacer un buen edificio para que lo roan las ratas”, así se quejaba el poeta cubano Regino Boti al intelectual dominicano Max Henríquez Ureña tras la publicación de su poemario Arabescos mentales, en 1913, hace exactamente un siglo. Y no le faltaba razón. Apedreado por la mediocridad intelectual de la época y negado a vender su libro de puerta en puerta, el poeta de Guantánamo terminó por guardarlo en un armario. Setenta y un años después allí sobrevivía una cantidad apreciable de aquella primera edición que no solo ayudó a establecer el postmodernismo en Cuba, sino que también constituyó la más contundente declaración que hasta ese momento se hubiera dado en la isla caribeña acerca de la poesía como oficio, distanciada de la inspiración emotiva, el pasatiempo chic o la leve efusión patriótica.
Conocí a Regino E. Boti en 1984, veintiséis años después de su muerte, cuando Florentina Boti, su hija, me invitó a trabajar en el archivo de este para organizar su epistolario, mayormente inédito por entonces. Y cuando digo que lo conocí, hablo en términos absolutamente rectos. Recorrer a diario la descomunal papelería reunida por el poeta en su bellísima casa de madera y tejas, leer todos aquellos documentos, terminó por hacerme sentir que el propio poeta llegaba cada mañana para compartir un café y sumarse a un diálogo en el que literatura y vida se entreveraban sin que a nadie le interesara establecer fronteras.
Allí pude palpar como nunca hasta ese instante la auténtica tensión de la escritura, la tozudez perfeccionista a la que está obligado el escritor que respeta su trabajo. Alguien debería ocuparse alguna vez de hacer la edición crítica de Arabescos mentales a través de un apasionante ejercicio detectivesco que rastreara en su epistolario (sobre todo en el Boti-Poveda y las Cartas a los orientales) cómo Regino Boti fue rehaciendo obsesivamente cada poema verso por verso, palabra por palabra, sonido por sonido, acento por acento. Un material así sería más útil para los aprendices de poetas que todos los talleres literarios habidos o por haber.
En las penumbras cálidas del archivo Boti, pronto comprendí que su vida, su pensamiento y su obra se habían fundado sobre una percepción profundamente dialéctica del tiempo, razón por la cual todo cuanto hizo posee un impresionante sentido de posteridad. Reconoció con penetración ejemplar el estado de la poesía en la Cuba recién llegada al siglo XX y planificó la renovación postmodernista como un general diseña sus estrategias para la batalla. Sabía que no sería comprendido en su momento, pero también estaba seguro de que el paso de los años terminaría por darle la razón, y fue juntando en su archivo cada papel que consideró importante con el detallismo de quien apresta las pistas necesarias para los investigadores que vendrían en algún futuro impreciso. Creó su literatura y evaluó la ajena bajo la firme convicción de que el discurso literario evoluciona a partir de una intensa lógica interna y que los cambios en el canon responden más a una evolución inmanente, expresada en el agotamiento de las formas poéticas, que por influencias externas provenientes del contexto social.
Ese vivir el presente a través de una continua percepción del después hizo que Regino Boti identificara en el tiempo a su real contendor. Su trabajo literario fue (es) eso: Un pulso sin tregua con el tiempo en la variante más terrible, el de provincias, siempre lento y olvidadizo. Y lo afirmo con el orgullo de ser provinciano por origen y convicción.
Poco después de 1930, Regino Boti decidió retirarse de la vida pública. Siguió trabajando con denuedo en su casa de madera y tejas porque estaba convencido de que la vida no le alcanzaría para ponerse a salvo del tiempo y sus ferocidades. Y así ha sido. Aunque Florentina Boti, su albacea, estructuró con precisión la forma en que debía publicarse todo el epistolario de su padre, no solo murió sin terminar la obra, sino que tampoco alcanzó a ver en funciones el Centro de Investigaciones Literarias Regino Boti, que se había comenzado a diseñar bajo su dirección en el patio de la casa a fines de los ochenta y vino a inaugurarse en 2007, cuando Regino Rodríguez Boti, su hijo, ya había tomado el relevo en la titánica tarea de poner el archivo de su abuelo al alcance de los lectores.
Claro que ha habido en Cuba varios homenajes por el centenario de Arabescos mentales, mientras la antes hermosa casa de madera y tejas en que vivió el poeta amenaza con colapsar. Apenas ayer recibí este mensaje de su nieto: “La casa está aún peor. El abandono y la indiferencia oficial son galopantes. Y eso que, desde diciembre de 2010, es el único Monumento Nacional que existe en la ciudad de Guantánamo”. Acalladas las fanfarrias del homenaje de turno y a la vista del estado en que se encuentra la biblioteca donde por años fue armando su portentoso archivo, no es difícil escuchar la voz de Regino que, como un susurro doloroso, repite: “Hacer un buen edificio para que lo roan las ratas”.
 
 
Foto al inicio: En la casa de Regino Boti, diciembre de 1997. De izquierda a derecha: Sentados, Ana Boti Melián, Florentina Boti León, José Regino Boti Melián (en brazos), Ana Ivis Melián Hechavarría, Josefina Villalón y Lourdes Porte. De pie, Rafael Ferro, el autor de este texto, Lázaro Jarrosay, Regino Rodríguez Boti y Ángel Laborde.
Foto al final: Estado en que se encuentra la biblioteca de Regino Boti.