Creo firmemente que vivir es un itinerario hacia uno mismo, hacia la persona que nacimos para ser. En este blog se habla sobre literatura y se recrean encuentros con personas que me ayudaron a ser el camino que soy y que viven otra existencia aparte aquí conmigo, como talismanes contra el desamparo. Algunas de ellas son conocidas; otras, apenas siluetas tras la cortina de humo del tiempo; las menos, figuras que pueblan la realidad de mi imaginación; todas fundamentales.

lunes, 24 de septiembre de 2012

El patrimonio cultural y sus ritmos




Patrimonio cultural es un concepto que se escucha por todas partes, tocado con la ligereza que dan los significados sobreentendidos. Pero si usted se toma el trabajo de seguirle la pista en los medios de información, las comunicaciones de las instancias oficiales, la mayor parte de los programas que promocionan las instituciones de diverso tipo y, por último, los comentarios de la ciudadanía, no resulta difícil percatarse de que la clave predominante es la comprensión del patrimonio como un legado; es decir, como algo que la sociedad recibe del pasado y que debe conservar.
Y esto no estaría mal si al mismo tiempo se comprendiera que ese punto de vista es solo una parte de la verdad. Una parte que, idealizada ingenuamente o manipulada con actitud provechosa, conduce a considerar el patrimonio al margen del ser social que lo crea y lo reproduce, o sea, como un acervo de objetos, valores, técnicas, saberes, etc., que este debe colocar en el templo de la adoración. Desde esa perspectiva, el patrimonio cultural deja de ser un capital de herramientas vitales que cada individuo reproduce a su manera para convertirse en una prisión que nos atrapa al nacer, en un mandato sin vida real ni posibilidades creadoras.
Apenas en marzo pasado, los especialistas del Centro León realizaron una encuesta para indagar cómo veían los dominicanos su patrimonio cultural. Personas de edad, sexo, clase social y nivel de escolaridad diferentes mostraron relativa facilidad para mencionar objetos o manifestaciones que ellos entienden forman parte de su repertorio cultural, pero encontraron serios problemas a la hora de definir el concepto. Incluso el 20% de los encuestados respondió negativamente o no estuvo seguro de que existiera un patrimonio cultural dominicano.
Entre los objetos y manifestaciones más mencionadas, como era de esperar, la primera tendencia del público fue vincular el patrimonio con los monumentos y las obras de arte, secuela de la añeja percepción elitista que presenta el valor patrimonial como algo incuestionablemente inherente a los objetos. Esta perspectiva, que se desgaja en reverencias frente a los fetiches del pasado y según la cual el patrimonio es construido por personas dotadas de talento excepcional, sigue teniendo sus mejores aliados entre algunos intelectuales y medios tradicionales de comunicación.
También abundaron las alusiones a manifestaciones de la cultura popular cuya importancia ha sido muy exaltada por el poder político en su esfuerzo por construir la imagen de un patrimonio cultural único para todos los dominicanos, no importa su posición económica, su pertenencia regional o su nivel educacional. Es esa una operación sesgada, que parece reconocer las expresiones populares, cuando en realidad solo las arranca de las relaciones sociales en las que estas cobran sentido y las despoja de los profundos conflictos que expresan para integrarlas en un edulcorado espectáculo de paz y convivencia que, según todos sabemos, no existe.
El patrimonio cultural es un acervo cuyo sentido se construye en el diario vivir del grupo social, el cual encuentra en su uso (sea práctico o simbólico) un arsenal útil para enfrentar los retos que le plantea la vida y dar solidez a su sentido de pertenencia en el tiempo. Es decir, el valor patrimonial de cualquier objeto, creencia o saber depende del uso consciente o inconsciente, material o simbólico, tangible o intangible que los miembros del grupo le dan. Esto significa que, aunque muchos de sus componentes llegan desde el pasado, el patrimonio cultural se vive en presente y es resignificado por sus usuarios y creadores: las personas.
Todos los seres humanos poseen un capital cultural compartido, no importa si son conscientes de este o no. Pero conocer y reflexionar sobre el patrimonio cultural propio permite también conocernos mejor por lo que somos y por lo que no, por lo que hacemos y por las maneras en que adoptamos lo que otros hacen. Fomentar en la ciudadanía la seguridad de que todos somos protagonistas y creadores de nuestro patrimonio en el fluyente espacio de la cotidianidad, y no meros adoradores de aquello que los supuestos especialistas entienden como valioso, debe ser la primera labor de las instituciones culturales. También, y sobre todo, debería serlo de la educación dominicana, pero esta insiste de modo general en una percepción del patrimonio mucho más cercana al elitismo y la falsa visión paradisíaca tan provechosa para los grupos de poder.
La conciencia de ser y de pertenecer alimenta la autoestima y abre inmensas posibilidades para actuar, eso es indudable. Pero lo es siempre y cuando se admita que no existe un solo y único patrimonio cultural dominicano, cuando estemos dispuestos a comprender que cada individuo tiene el derecho de utilizar libremente el patrimonio cultural que reconoce suyo según sus posibilidades y necesidades, cuando podamos convencernos de que examinar las herramientas y capacidades de que nos provee nuestro patrimonio cultural es tan útil (o más) que llevar control de nuestras cuentas bancarias.
Después de afirmar que el patrimonio cultural dominicano estaba en los museos, uno de los entrevistados en la encuesta de marras preguntó: ¿Y qué gano yo en la práctica al saber qué es el patrimonio cultural? Como ponerse a teorizar no iba a ser de mucha ayuda, preferí responderle con un ejemplo.
Hace unos días vi en televisión una entrevista con Santiago Antúnez, el preparador cubano de 110 metros con vallas. Mientras el atletismo del país antillano ha sufrido un verdadero derrumbe en los últimos tiempos, esa disciplina sigue produciendo una gran cantidad de atletas y excelentes resultados, incluidas las medallas de oro olímpicas de Anier García en Sydney 2000 y de Dayron Robles en Beijing 2008. ¿Por qué? Antúnez explicó que, como entrenador, había estudiado las escuelas más importantes del mundo (es decir, la norteamericana, la francesa y la inglesa). “Fue entonces [dijo] cuando descubrí que los corredores cubanos podían ser distintos en el ritmo. La tarea era elaborar una metodología que les permitiera correr las vallas usando el ritmo del son”.
Puede que sea un cuento de Antúnez, ya se sabe lo mentirosos que podemos ser los cubanos, pero el día en que logró convencer a sus atletas de que nadie corría las vallas como ellos porque lo hacían al ritmo del son cubano, estoy seguro de que justo en ese momento Anier y Robles comenzaron su marcha hacia la gloria olímpica.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Danilo Medina, el brujo y la computadora


 
Bastó un supuesto anuncio de que el recién electo presidente de la República Dominicana, Danilo Medina, no usaría la silla que la democracia doméstica heredó del dictador Rafael L. Trujillo y que se le atribuyera la decisión de tampoco colocar su foto en todas las oficinas públicas para que numerosas personas se manifestaran esperanzadas en que ahora sí el poder político iba a cambiar. Fue una reacción instantánea y jubilosa, que arrastró incluso a algunos comunicadores avezados, profesionales con muchos años de experiencia en el sinuoso tráfico de los símbolos.
El asunto me regresó a uno de los misterios más atrayentes de mi vida. Durante dos décadas presencié decenas de conversaciones entre sacerdotes de las religiones populares cubanas (santería, palo monte, vodú, espiritismo, o una mezcla de estos) y personas que buscaban solución a sus problemas a través de las supuestas capacidades de aquellos para establecer contacto con los dioses, santos, muertos, espíritus, fuerzas, o una mezcla de estos. Fui testigo de algunas revelaciones impresionantes, lo confieso, pero en la mayoría de los casos resultaba obvio que se trataba de una manipulación lograda por el practicante a base de altas dotes histriónicas y una penetrante habilidad para manejar la comunicación. Lo enigmático para mí era cómo los “pacientes” no podían percatarse de que la adivinación la producían ellos mismos y no el brujo.
Vine a entender lo que ocurría algún tiempo después, cuando conocí a ELIZA. Así nombró Joseph Weizenbaum un software que creara en el afamado Instituto Tecnológico de Massachusetts, allá por 1964, con el objetivo de analizar el lenguaje escrito. Funcionaba mediante un patrón que le permitía detectar la palabra fundamental en cualquier oración, analizarla en el contexto lingüístico donde aparecía y devolverla reformulada tan habilidosamente que parecía ser una respuesta a la oración original. Para sorpresa de su creador, ELIZA se convirtió en una celebridad de la mano de profesores, psicoterapeutas, científicos y periodistas. Al “dialogar” con “ella”, las personas tenían la aplastante impresión de que era humana. Incluso la secretaria de Weizenbaum, quien le había visto crear el software, un día pidió al profesor que saliera de la oficina pues la “conversación” que ella sostenía con ELIZA se estaba haciendo demasiado íntima. En el fondo, el software funcionaba como una suerte de “espejo” que permitía a sus interlocutores dialogar consigo mismos.
Del igual manera que ELIZA, los médiums de mi experiencia devolvían reformuladas las informaciones y los estados de ánimo que les comunicaban sus “pacientes”, quienes propiciaban ellos mismos la adivinación, e incluso el supuesto remedio a sus problemas. A favor de los practicantes estaba su largo oficio en tratar con personas sometidas a las más disímiles amenazas, tanto físicas como espirituales, sicológicas o emocionales, y al miedo que estas traen asociado. Para decirlo con toda claridad: El brujo en realidad no existía, eran los “pacientes” quienes lo construían porque tenían la imperiosa necesidad de que él fuera real y tuviera las facultades mágicas capaces de ayudarlos.
El otro es siempre una construcción a través de la cual nos vemos a nosotros mismos. Claro que ese otro existe objetivamente, pero somos nosotros quienes le adjudicamos las características (positivas o negativas) que necesitamos, de acuerdo con nuestros deseos, fobias, esperanzas, etc. Esto es muy notable en el caso de los líderes, sea en el terreno que fuere, pero ocurre todo el tiempo a nuestro alrededor. Solo presten oídos cuando alguien muy enamorado habla sobre el objeto de su amor. ¿Cuántas veces en esos casos quedamos asombrados porque lo que escuchamos no parece tener un ápice de relación con la persona a quien hace referencia? La operación es simple: Consciente o inconscientemente, se bloquean las señales que pueden impedir la construcción de la imagen deseada… hasta el día en que la realidad irrumpe con la brutalidad del desengaño.
Desearía de todo corazón que Danilo Medina emprendiera una campaña seria y profunda para sanear la corrupción, castigar a los fraudulentos, reducir la pobreza y organizar el país. En fin, que ciertamente hiciera “lo que nunca se ha hecho”, como prometía su eslogan de campaña. Pero, por ahora, su perfil de revolucionario no es más que una construcción comprensible, dictada por los mejores deseos y las más justas apetencias de quienes con todo derecho sueñan una República Dominicana mejor.